Desde la aparición de la Ciudad de Dios, un ambiente paranoico y de sospechas se había apoderado del Núcleo, no entre los supervivientes, si no con el exterior.
Aseguraros de que cuando salís y volvéis, no os ha seguido nadie y por supuesto no repitáis ninguna de las rutas, ni las de vigilancia, ni las de recolección.
Clara insiste con esto todas las mañanas, en el desayuno, quiere que estén todos atentos y tengan claro lo importante de las precauciones que les repite.
Si notáis cualquier cosa, aunque sea un detalle minúsculo, algo fuera de lugar o distinto o que os resulte extraño, informad y actuaremos en consecuencia. No queremos héroes muertos, nos queremos y nos queremos vivos.
Y a pesar de que todos los habitantes del Núcleo saben de la necesidad de las nuevas medidas de seguridad, su repetición constante, por el temor nada infundado de que podían estar vigilándolos o preparando un ataque en su contra, también refuerza la psicosis colectiva, las sospechas que se están comenzando a generar. Aun así no frena el buen funcionamiento del asentamiento, muchas veces la costumbre es más fuerte que el miedo.
Por la tarde Clara decide hacer caso a algo que no ha parado de repetirle el Contador y que hasta ahora, que no está y le echa de menos, se había negado a hacer. Después de comer busca a Marta que como es costumbre cuando no está el narrador oficial y recolector de la Biblioteca, se hace cargo de la misma y cuenta historias que el Contador le contó hace tiempo. Quiere pedirle que le permita ser la contadora por un día, hoy que se supone que los embajadores del Núcleo entrarán en contacto con el peligro, en busca de la recompensa prometida. Pero por mucho que busca, no la encuentra y esos nervios que le producía el encuentro anteriormente citado se acrecientan sobremanera ante esta desaparición. Y en el momento en que se plantea alertar al resto de supervivientes e iniciar una búsqueda concienzuda, ve a Marta entrar por la puerta del patio con una sonrisa pizpireta y mientras se dirige hacia ella, segundos después, no los suficientes, entra Toni por el mismo lugar y con la misma expresión. Sara, la madre de Marta, ya sospechaba que se gustaban y lo había comentado con Clara, en un día tranquilo de los de antes de la Ciudad de Dios; esto no sólo lo confirmaba si no que además demostraba que habían dado un paso más.
Marta perdona, ¿podemos hablar?
A pesar de la diferencia de edad y responsabilidades en el Núcleo, Clara siempre guarda respeto a sus interlocutores. Reminiscencias de su extensa formación militar y su grado en la jerarquía, también de esos años proviene su poca sintonía con los niños, con quienes nunca tuvo mucho contacto. Por eso el Contador siempre le recomendaba que pasase más tiempo con los infantes del Núcleo y aprendiese de ellos.
Sí… claro… ¿para qué quieres… he salido a ver cómo va el huerto…
Y tras esta respuesta Marta se sonroja y no puede evitar dejar escapar su felicidad en forma de risita.
Tranquila Marta, está todo bien. Tan sólo quería pedirte que hoy me dejases a mi ser la responsable de la Biblioteca… sé que te gusta mucho y que fue el Contador quien te dio la responsabilidad…
Aliviada, la hija de Sara y hasta cierto punto del Contador, no duda un instante en decirle que sí, que sin problemas. Antes de separarse Clara se lo agradece y deja caer.
El amor es hermoso Marta, pero no desaparezcáis durante tanto rato, no está el horno para bollos… de hecho he estado a punto de preparar una búsqueda…
Sí, sí, sí…
Después se dice a sí misma.
Ármate de paciencia chica, no serán tan difíciles como parecen…