Alzheimer o La Escapada 2


Pocas veces a lo largo de su vida, de sus 77 años de vida, había sentido tamaña excitación y euforia. La iba a volver a ver. Eran tan bonitos los instantes que compartían. Daban igual los atenuantes que producían que su amada fuera tan cariñosa, en pocos minutos bajaría a dar su paseo habitual y su cuidadora, como siempre, la dejaría esperando sola en el portal unos minutos para luego comenzar la marcha. Esa era su oportunidad, pero hasta entonces tenía tiempo.

“¡Qué buena has sido siempre conmigo!”.

Rememoró sus encuentros, enamorado.

Aquella primera vez… había ido al hospital por una mala noticia… me dieron algunos años de vida pero cuando uno tiene ya 77, el cáncer no tiene tanta importancia… aun así esto te deja jodido… aunque mucho peor fue para mi hija, que me había acompañado como siempre que lo he necesitado… y que ya había tenido que pasar por lo mismo con su madre que a los 40 años murió, también por un cáncer…

Pues bien… estábamos abrazados mi hija y yo… ella lloraba, yo no… y de repente notamos como dos brazos más nos rodeaban con una ternura extraordinaria, tanta que aunque los dos nos dimos cuenta, no quisimos apartar a esa extraña. Transmitía un calor que nos inyectaba tranquilidad en el alma. Sosiégate Pacome dijo al oído sin soltarse. Yo no me llamo Paco pero lo dejé todo como estaba.

Al poco rato una familia al completo, marido, mujer y dos hijos, la cogieron con calma del hombro, nos pidieron perdón y se la llevaron. Mientras se alejaban pude oír por primera vez su nombre… “¡Mamá, mamá…Ángela!… ese hombre no es papá… nosotros somos tu familia… ¿Te acuerdas? ¿Recuerdas mi nombre?”Ángela se paró y semejó que se daba cuenta de algo y agachó la cabeza y asintió. Me pareció que iba a llorar pero el que parecía su hijo la abrazó rápidamente y ella apoyó la cabeza en su pecho y… mi memoria desaparece.

Nuestro protagonista continuaba esperando al lado del portal de Ángela, los nervios le habían traído demasiado pronto, aún eran las 9:30 y a ella nunca la bajaban antes de las 10. Este conocimiento era fruto de las vigilancias que había llevado a cabo tras el segundo encuentro.

“El amor triunfará, lo que he sentido con ella sólo lo he sentido con la madre de mi hija…”.

Divaga nuestro protagonista…

Fue otra vez en el hospital… yo seguía alicaído por la noticia y por tener que volver constantemente a ese aséptico lugar de muerte… sentado en la sala de espera me acordaba de mi mujer… miraba al suelo y esperaba a mi hija… iba a venir, siempre venía… creo que se convirtió en una gran persona… seguía aparcado en el pasado rememorando a mi mujer, cuando Ángela apareció acompañando a su nuera.

Al principio no la vi pero noté como ella a mí sí. Sentía unos ojos observándome, levanté la vista y me encontré con su mirada. Por unos instantes toda la sala se iluminó.

Ellas continuaron andando hasta la puerta de una consulta, hablaron sobre algo y Ángela se quedó fuera con una pequeña sonrisa en la boca mientras su nuera entraba. Echó otro vistazo hacía donde yo estaba y se acercó hasta la silla que tenía a mi lado y posó lo que una vez fue una suave mano sobre mi brazo que ahora no era más que pelo y pellejo. Nos miramos y pude disfruta de sus exquisitos y profundos ojos marrones. Nos mostramos nuestros falsos dientes con auténtica e idéntica alegría y me habló. “Te sigo queriendo como el primer día Paco”. Mi corazón comenzó a botar y agarrándome a su mano le respondí sin recapacitar, ni pensar demasiado. “Y tú estás más hermosa que aquel día que nos conocimos Ángela”.

Continuamos con las manos estrechadas durante el tiempo que su nuera estuvo en la consulta. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Disfrutamos del momento y mis nervios se calmaron. Finalmente su acompañante salió a la sala de espera, y tras indagar a su alrededor buscando a mi ángel, la encontró mirándome y con sus manos entrelazadas con las mías. Llegó hasta nosotros sin atisbos de preocupación o sorpresa y dijo algo así como… “Gracias señor por cuidarla, espero que no se haya sentido incómodo pero tiene alzheimer y confunde a algunos hombres con mi difunto suegro”. Asentí con cara de no hay problema y ella continuó… “Venga Ángela, venga conmigo y deje tranquilo al señor”. Esto pareció traerla a la realidad y soltó rápido mi mano con miedo en los ojos y se fue con su nuera. Mientras la veía marcharse pensé que si no la hubieran despertado aún la estaría asiendo de la mano, y notando su calor… decidí que debía seguirla y ver si podía compartir con Ángela otro momento tan hermoso como este.

En estas llegó mi hija… pasamos a la consulta de mi médico y me recomendó aprovechar el tiempo que me quedaba y olvidarme de cualquier tipo de tratamiento que no fuese para aliviar el dolor… por fortuna… ese mismo día había encontrado mi analgésico personal… Ángela…

Aun esperando que bajaran a su amor se sorprendió de nuevo de lo fácil que le resultó conseguir el número de teléfono de la casa de quién le llamaba Paco. Después de eso fue aún más sencillo sacar su dirección de internet.

“Qué decisión más acertada la del curso de internet en El Boterón”.

Comenzó a repasar los encuentros que le llevaron a tomar la decisión de hacer lo que había venido a hacer.

A ver… ¿cómo fue la siguiente vez? ¿Dónde la vi?…sí, fue cerca de esta esquina… es verdad, estaba buscando su dirección… su portal…

Nos cruzamos por la calle y aunque traté de pasar desapercibido, ella me vio y paró a su cuidadora y luego a mí, y me echó algo en cara… algo así como… Paco, cómo eres tan malo, nos encontramos fuera de casa y no me hablas, no me paras, no me acompañas, ni siquiera me miras…”. La cuidadora la calló y pidió disculpas por ella y yo continué con mi cara de no pasa nada.

 Esta vez no volvió a la realidad y cuando nos separamos  pude leer en sus ojos que se iba enfadada con Paco, es decir, conmigo. Al menos ya estaba seguro, la dirección era la correcta. A partir de ese día dejé de ir a las obras a criticar el trabajo de otros e invertí ese tiempo en una actividad mucho más satisfactoria. Estuve admirándola, esperándola en las esquinas, tomando el café en la mesa de al lado, sentándome en la fila de atrás en la iglesia… De hecho, saliendo de misa tuvimos uno de nuestros mejores momentos…

Había estado observándola desde una fila posterior a la suya sin poder hacer caso a las advertencias continuas de aquel señorito de negro que gritaba al demonio… Ángela estaba tan hermosa vestida de blanco… y me miraba de reojo… y yo a ella… tan hermosa vestida de blanco…

La liturgia terminó mientras el cura daba ostias y salí afuera el primero para verla a escondidas y por última vez ese día. Me apoyé en la pared de al lado de la puerta como si fuera un adolescente y para mi sorpresa, tras mi sombra, apareció Ángela con una sonrisa pícara en la cara, y se puso a mi lado y habló. “¿Cómo eres tan atrevido Paco? Aprovechar que mis padres no han venido a misa para hacerme pecar”. La sonrisa pícara se tiñó de sexualidad. La gente empezaba a salir después de haberse repartido al hijo de dios y esto la puso nerviosa. “Va a salir mi Tata, no puede verme contigo”. Sin darme tiempo a reaccionar se tiró a mis brazos y me besó de forma apasionada y mis manos, guiadas por una sensación casi olvidada, se posaron en sus nalgas y tras 9 años, tuve algo parecido a una erección.

Se soltó rápidamente y esperó a su cuidadora a la que, ahora que tenía 16 años, llamaba Tata. Cuando esta salió, se le agarró y se fue moviéndose sinuosamente y lanzándome un guiño. Ese día volví a aliviarme solo…

Miró el reloj de nuevo, las 9:55, empezó a notar como la seguridad y decisión con la que había llegado comenzaba a desvanecerse, a tanta velocidad que incluso por un momento decidió que no podía hacerlo y que debía irse. Pero su mente, de manera inconsciente e incontrolable, despertó de nuevo a su memoria y claramente vio que para lo que estaba allí era lo que de verdad quería y lo mejor que podía hacer…

Era como cualquier otro día a las 10 de la mañana… yo estaba aquí, en la esquina, y Ángela acababa de bajar para esperar a su cuidadora… pero había algo diferente en su cara. Lo noté desde la distancia… me pareció incómoda, como fuera de lugar… tanto era así que en un momento dado, mucho antes de que bajase a la que llamaba Tata, se marchó. Empezó a andar sola y su cara reflejó mayor tranquilidad. Y claro, yo no pude hacer otra cosa más que seguirla.

No sé porque no se asomó a mi cabeza la posibilidad de avisar ni a su familia, ni a su cuidadora… quizá la ocasión de verla sin correa…

Ángela andaba por la acera. Primero decidida, luego empezó a mirar a su alrededor como si lo que veía fuera nuevo para ella, después su cara mostró la sorpresa y la duda del turista perdido y, finalmente, se paró en una rotonda a la que daban ocho calles. La vi reducirse en pocos minutos abrumada ante las opciones que se le presentaban, y entre las cuales no encontraba una prioritaria… alguna que la hiciese decidirse… Su expresión había cambiado completamente, se podía ver el miedo conquistando su rostro y parecía que iba a llorar. De hecho, cuando me acerqué para guiarla… no podía dejarla así… le vi la primera lágrima del que parecía el principio de una llorera como las que todos hemos sufrido en la infancia…

En el momento en que me acerqué a ella sólo tenía claro que no podía abandonarla ahí. No sabía que iba a hacer después y decidí, sin preguntarle, que lo mejor era acompañarla de paseo a su casa. Con esta idea en la cabeza me acerqué a ella por detrás, le toqué con suavidad el brazo para que se girara y en cuanto me vio, una pequeña sonrisa se asomó por su cara y los ojos se le secaron. “¡¡Paco!!”. No me supo decir nada más. En ese momento sólo se me ocurrió reaccionar de esta manera. “Hola Ángela, siento haberte hecho esperar, pero había un tráfico…” y actuando de manera irracional, pero continuando con mi papel, le planté un beso en la boca.

Tras el beso, que a mí me dejó tenso, pude notar como Ángela se relajaba. Me agarró el brazo y dijo: “Paseemos Paco, como cuando éramos jóvenes. El parque sigue estando aquí al lado”. Se me acercó un poco más y cambiamos la posición de nuestros brazos cogiéndonos de la mano. Anduvimos durante horas entre árboles, estanques, pájaros piando y un sol radiante que no permitía que la tristeza nublase nuestro corazón.

Hablamos poco pero fueron conversaciones con enjundia. Me explicó partes de nuestra vida juntos, como perdimos a nuestro primer hijo, el día que nos casamos, la época de viajes algo locos que hicimos en los sesenta, e incluso se puso algo picante recordando nuestra época de novios. El tiempo pasó volando y de repente, disfrutando del tiempo como estaba disfrutándolo, tomé la decisión. Debíamos compartir nuestra vida como Ángela y Paco o como fuese, hasta el final de nuestros días que por otro lado ya no serían muchos.

Me di cuenta de la hora que era, tenía que llevarla a casa, estarían preocupados buscándola. Le dije: “Parece que se hace tarde, habrá que volver”, no pareció agradarle la idea, como si se diera cuenta de que yo no era Paco, o como si supiese que nos tendríamos que separar (esto último es lo que decidí pensar). Aun así asintió con la cabeza y nos acompañamos. En el camino, ya muy cerca de su portal, nos dimos de morros con su cuidadora que cuando nos vio soltó un sonoro suspiro de alivio. Tras saludar a Ángela, “¿Dónde te habías metido?”, me miró y me pidió perdón por las molestias que me hubiese podido causar y me dio las gracias por cuidarla de la misma manera que habían hecho todos los miembros de su familia hasta ahora. No me reconoció de encuentros anteriores y le respondí que no había sido ninguna molestia y Ángela y yo nos soltamos. Ella parecía enfadada y supuse que sería como la otra vez, que pensaba que Paco no volvía a casa. Pero antes de irse dijo: “Espere un segundo Daniela”, ese era el nombre real de la cuidadora, y se acercó a mi cara mirándome directamente a los ojos con cariño y me dio un beso que definiría al amor, si es que eso es posible.

Tras este instante que me llevó directamente al cielo, puso su boca al lado de mi oreja y susurró con complicidad: “Hasta otro día Paco”, resaltó el nombre de su difunto marido y me sonrió con pillería, después se fueron. Las observé desde la distancia, aún entre las nubes a las que Ángela me había subido. Esa misma noche en mi solitaria cama la recordé y di por buena la decisión que había tomado durante el día. “Voy a hacerlo y no molestaremos más. Todos seremos más felices”.

Alguien abrió la puerta del portal que vigilaba, era ella, Ángela. Ahora sólo sentía miedo pero no quería echarse atrás. Aunque nunca fue de claras convicciones, si tomaba una decisión, la llevaba a cabo hasta el final. Tenía poco tiempo, así que sin permitir que las dudas lo paralizasen, se acercó a su amada y… como siempre ella fue la primera en hablar.

¡Hola Paco!

Y con una sonrisa le besó, ya se había convertido en costumbre.

Hola Ángela. ¿Qué tal estas?

Muy bien ahora que me has venido a buscar

Se abrazaron, él hubiese querido quedarse así eternamente, pero sabía que no tenía tiempo.

Ángela, ¿Recuerdas que hoy teníamos la mudanza?

Ella se quedó extrañada.

¿Qué mudanza?

¿No recuerdas que nos vamos a la costa a disfrutar de lo poco que nos queda?

Ángela no respondió pero siguió sonriéndole.

Ya sabes, a Benidorm, a perdernos juntos, entre guiris

Él mantenía un piso allí de su antiguo matrimonio y había estado alquilado y lo habían mantenido en buen estado. Ángela respondió:

¡Ah, es verdad!… pero… ¿dónde está el camión para los muebles?

Los traerán todos más tarde… aun así el piso está preparado y el coche al girar la esquina. Será mejor que nos vayamos

Tenía miedo de que si se alargaba mucho la conversación, Daniela la cuidadora, bajase y estropease todo el plan.

Es cierto Paco, ya avisaré a mi hijo cuando lleguemos

Nuestro protagonista se extrañó con el “mi” de la frase pero no le dio más importancia, todo avanzaba como quería. Fueron agarrados de la mano hasta el vehículo y cuando llegaron ella preguntó:

Paco… ¿es nuevo el coche?… siempre había sido negro y ahora es rojo y mucho más grande.

Es verdad pero… vida nueva, coche nuevo

Y aunque no tenía gracia los dos rieron.

Ahora Paco le abre la puerta a Ángela, ella entra y le agradece la ayuda con una mirada. Él da la vuelta al coche sin apartar los ojos de su amada y piensa, “todo va bien”. Entra en el coche, sólo faltan los cinturones. El sol resplandece con toda su fuerza presentándose feliz y con un rayo, que cruza el parabrisas y la ventana de Ángela y da en la espalda de un hombre que pasaba por ahí, mostrando un esperanzador arcoíris. Ángela dice:

Mira… ese hombre guarda el arcoíris en la chepa y no lo sabe el pobre

Sin saber ninguno si es una broma o no, ríen de nuevo hasta que Ángela vuelve a hablar, no sin darle antes un beso tranquilizador al que se cree su secuestrador.

¿Cuál es tu verdadero nombre?

Él responde sorprendido.

Javier… pero puedes llamarme Paco

Gracias Javier pero tranquilo, que aunque no quiero, lo haré. Vámonos a disfrutar de lo poco que nos queda

El vehículo arranca. El horizonte se les queda pequeño.


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