
Todos los demás supervivientes del Núcleo continúan entre los brazos de Morfeo, salvo a quien le ha tocado guardia, y la paz más sincera, la paz del sueño, se extiende por todas las estancias rehuyendo la actividad de la cocina en donde, al Contador, la Amazona, Malik y Paco, les recorre un escalofrío que recoge en su física espasmódica todo su miedo, el miedo a perder esa paz, esa normalidad tan común antaño y tan esquiva en su vida actual. Pero los minutos avanzan y la comida sobre la mesa se acaba, las mochilas están preparadas y las armas cargadas, con todo listo y como es costumbre en cada expedición, unos a otros se dan diez minutos libres para despedidas y preparativos de última hora.
La Amazona da por finalizado el desayuno.
En diez minutos os espero en la entrada. Clara, ¿me acompañas?
Y cada uno busca su rincón para el “hasta luego” con su ser querido o, como Paco, para aliviarse en el baño más cercano.
Todos salen de la cocina mientras que el Contador de Historias y Marta se quedan juntos, friegan los utensilios del desayuno y continúan su charla hasta que lo dejan todo limpio. Entonces el Contador, entre pícaro y misterioso, le dice a Marta que le acompañe. Recorren raudos los pasillos del Núcleo y llegan al aula donde les cuenta sus historias y Marta se queda sin habla. Frente a ellos hay una pila de juegos de mesa y, sobre unos pupitres apostados contra la pared a modo de baldas, una pequeña biblioteca de libros y cómics.
La he cambiado un poco Marta.
Le cuenta el Contador.
Ahora no hay mesas para todos, pero sí sillas…
Y sonríe.
Te lo voy a tratar de decir rápido porque ya sabes que me tengo que ir. Ya conocías mi colección, has leído alguno de los libros, también sabías que no quería sacarla para todos hasta que no tuviésemos la «Tranquilidad» con mayúsculas a nuestro alrededor y, a pesar de que eso es imposible por ahora, lo que entre todos hemos conseguido en el Núcleo, es lo más parecido… así que esta mañana me he despertado antes y lo he preparado… ¿ves esas mesas juntas de ahí?
Marta asiente sonriente.
Son para que tengáis sitio para los juegos de mesa…
Marta sigue asintiendo ansiosa por ir a mirar de cerca, pero el Contador se pone serio durante un instante, ella conoce esa mirada y se calma.
Atenta y a la escucha.
Lo dice como si fuera un código entre ellos.
Tienes mala suerte de que te quiera tanto porque a veces tiene sus inconvenientes y esta es una de esas veces… quiero que te quedes al cargo de todo esto.
Y le entrega la llave del aula a una decidida Marta.
Por supuesto, hay otra llave que tiene Sofía… para algo es coordinación interna… je, je… pero me gustaría que fueses tú quién la abrieses mientras yo no esté durante lo que serían nuestras horas para contar historias y controlases que el resto lo utilicen correctamente… lo siento, ya te lo he dicho, que confíe en ti tiene sus cosas malas.
Y vuelve a sonreír calmado.
¿Estás de acuerdo en ser la encargada? Ya sé que es una responsa…
Marta le corta e ilusionada le responde.
¡Por supuesto Contador! ¡Yo me encargo!
Se abrazan con cariño y aunque se está pasando de los diez minutos, vuelve a hablar.
Una cosa más Marta. En mi baúl hay una carpeta de color rosa fosforito, quiero que la guardes. Dentro hay unas hojas de cuaderno de color amarillo en las que os he escrito una ficha sobre cada juego de mesa, cómic y libro que he ido recuperando en estos años pasados, para disfrutarlos con vosotros en años venideros… y aunque suene vanidoso, me gustaría que quién quiera leer o jugar a algo, primero lea mi ficha para que no malinterpreten algunas obras que antes no eran “aptas para todos los públicos”… ¿Estás de acuerdo?
Marta, con dudas, le responde.
Lo intentaré…
En menos de dos minutos se han despedido, otro abrazo dulce y suave, un beso en la frente y un “hasta dentro de dos días” y el Contador marcha a la entrada del Núcleo donde le espera su mochila y el resto de la comitiva de la expedición, mientras tanto, Marta curiosea entre los libros, quizás lo que más le gusta en esta vida, y sonríe.
Sonríe alto sin sonido alguno, resplandece.
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