Últimamente estoy un poco obsesionado con tres cosas, no me impiden disfrutar de todo lo demás, pero con perseverancia aparecen por mis pensamientos cuando menos me lo espero. Dos de ellas son prosaicas aunque muy importantes, por lo cual es normal que se pasen por mi mente asiduamente: mi hijo de un año y la oposición que estoy preparando… pero la tercera… la empatía… la tercera es diferente.
La tercera es un miedo que me ha atrapado de un tiempo a esta parte, y a pesar de ser más filosófico que político, proviene de las corrientes políticas que en estos días se presentan como anti-sistemas cuando defienden el discurso mayoritario neoliberal (aunque lo acompañen con banderitas, machismo, racismo, homofobia…). Ese falso ideal del sálvese quien pueda y de que el más fuerte se come al chico, a esto le llaman la naturaleza del ser humano, demagogia pura fácil de comprar para algunos, pero también fácil de refutar pues el humano hace ya tiempo que dejó la naturaleza atrás y sobre todo a la hora de hablar sobre la organización política y económica de la humanidad. Si esto se dijera en otra época quizás llegase a tener validez (lo dudo) pero en pleno siglo XXI y con el estado de derecho gobernándonos desde hace ya un trecho, cualquier falta de equidad puede ser resuelta mediante legislación y su cumplimiento salvo que no haya “voluntad política”.
Pero en la actualidad hay una corriente de pensamiento que podéis llamar capitalismo salvaje y que yo englobo en el neoliberalismo, en la que la empatía, la simpatía y hasta cierto punto la bondad, han desaparecido pues lo único válido es el yo, el conseguir mis metas caiga quien caiga y pasando por encima de quien haya que pasar. Esta filosofía que ha caracterizado a los grandes magnates y a las grandes corporaciones durante 40 años o más y que hace un tiempo era minoritaria, es ahora y tras mucho trabajo de reeducación de la población, una ideología mayoritaria. No voy a entrar en mis consideraciones económicas sobre esta forma de pensar salvo por el aspecto filosófico, que ahora que soy padre, me preocupa más que nada.

Mi tercera obsesión.
La falta de empatía y el todo vale hacen desaparecer la moralidad, pues mi objetivo es lo más importante y hacer lo que sea para lograrlo, es correcto. Frente a esta escala de valores sólo existe un resultado posible, una población con unos individuos egoístas y poco o nada preocupados por el resto de personas que les rodean. De hecho, después de leer y hablar con gente de esta opinión, me vienen recuerdos del Vietnam de mi generación, del 2008 en adelante cuando comenzaron a generalizarse los casos de corrupción que terminaron haciendo del PP una mafia (respaldado judicialmente), los EREs del PSOE andaluz y bueno, ya sabéis, la quincuagésima crisis económica. Pues en esa época conocí a más de uno que me decía esa frase tan compresiva: “Si es que yo en su lugar hubiera hecho lo mismo…”. O la peor todavía por autocomplaciente: “Por mucho que digas, tú también hubieras caído…”, mira tú cómo aquí sí que hay empatía. Y hoy en día vuelve a este tipo de razonamientos: “Si ellos lo hacen ¿por qué no lo voy a hacer yo?” o “mi felicidad es lo más importante” o “si yo no me preocupo por mí ¿quién lo hará?”.
Qué conste que yo también busco la felicidad, mi bien personal, pero cuando para ello necesitas atacar, agredir o perjudicar a otros, a lo mejor, amigo, debes empezar a plantearte tu escala de valores porque si tu bien depende de la desgracia ajena, tu corazón está podrido. Tampoco puedo olvidarme de esa otra versión en la que la desgracia de los demás, lejos de alegrarles, les es completamente ajena, no importa porqué no me afecta.
Un anciano cae a su lado con claras muestras de dolor y si no les golpea en la caída (o incluso con eso), ellos continúan su camino dejándole tirado: “no es mi abuelo y sólo me perjudica el ayudar, no tengo tiempo, así que ¿para qué?”.

Esto es un hecho real, yo lo viví, otros muchos también pero sólo dos de los presentes nos paramos a ayudar y sólo media docena, contándonos, de la treintena que estábamos, se fijaron en lo ocurrido. Estos cuatro no pararon, quiero pensar, porque con dos personas era más que suficiente para ayudar al señor pero el resto, el resto pasaron a nuestro lado entre risas y con algún que otro empentón al corrillo de seguridad que habíamos formado para cubrirle pues les impedíamos el paso sencillo. Este ejemplo es la demostración de la sociedad basada en los principios morales del neoliberalismo (llamadle como queráis, esta es mi acepción), del sálvese quien pueda, de la exacerbación del individualismo como nueva religión.
Aspecto este que es fácilmente desmontable ya que sus defensores predican una doctrina imposible, que se ha visto inhabilitada por la historia de la humanidad, de la ciencia y de los avances tecnológicos/sociales. Si repasas la Historia con mayúsculas y tienes un mínimo de objetividad, habrás de aceptar que por mucho que Fleming descubriese la penicilina, para llegar a ese punto se valió de otras investigaciones de otros tantos investigadores; que cualquier iPhone o Android basan sus características en descubrimientos realizados por otros (en muchos casos en libre acceso); que cualquier decisión políticas (de las buenas o de las que no me gustan) provienen de teorías y acciones realizadas con anterioridad por, como mínimo, cientos o miles de personas y así con todo lo que puedas imaginar. Entonces, cuando alguien defiende la individualidad como pilar para el desarrollo humano, no os dejéis engañar, es mentira; cuando te hablan de como los multimillonarios Elon Musk, Bezos, Steve Jobs o Bill Gates se hicieron a sí mismos para llegar a ser lo que son, es mentira; cuando enarbolan la bandera con la serpiente diciendo que los estados (lo comunitario) frenan la economía, es mentira; pues lo único real es que, aunque se individualizan los éxitos porque resulta más sencillo para nuestra problemática memoria, todos provienen de un esfuerzo colectivo como especie.
Ya lo dijo antes del 29 Marx, el cómico, cuando el ascensorista te recomienda acciones en la que invertir, es el momento de sacarlo todo de la bolsa (cosa que hizo y que le salvo del crack); ahora piensa en todos los nuevos mercados de especulación pura que tanto se publicitan (traders, cryptomonedas, NFTs…) y a quiénes van dirigidos los anuncios al respecto, no buscan grandes inversores si no a curritos que quieran gastar sus ahorros para regalar comisiones a sus “estafadores”.
¿Y por qué se están generalizando estas estafas? Aparte de lo más importante aunque no venga al caso, la evidente falta de regulación, está el trabajo que desde hace tanto tiempo ha realizado el verdadero pensamiento único (neoliberalismo) sobre los valores personales positivos en esta sociedad: la empatía, la bondad, la generosidad o la valentía defendiendo lo justo (equidad). Todo esto ha sido denigrado y atacado con constancia y con muchos medios económicos para que nuestros principios sean aquellos que nos debilitan como humanidad en conjunto: el egoísmo, la maldad y la idolatría de la estulticia, la falta de empatía y el odio al diferente y al que defiende valores más allá del miedo y una bandera o una religión. Las que antes se tenían como ideas elevadas, son ahora perseguidas, denigradas y presentadas como estupideces porque de ellas no sacas beneficio personal (máxima irrenunciable).
El bien está en horas bajas en este país en el que vivo y sí, por mucho que malos y tontos se empeñen, hay cosas, acciones, declaraciones que son buenas y muchas más que son malas (más fáciles) porque la bondad es objetiva, que no os engañen y que no borren la empatía de la sociedad. Se trata de una decisión personal, se trata de no ser una hoja a la que el viento de la mentira mueve a placer y a la que la corriente del río empuja entre odio, demagogia e hipocresía; puedes ser un salmón luchando con paciencia y resiliencia contra el stress, los prejuicios y el egoísmo idealizado de Ayn Rand, los valores que este sistema fomenta y que ha grabado a fuego en muchas mentes (con un gran porcentaje de jovencitos confusos).
Ahora más que nunca necesitamos que el objetivo de los individuos sea hacer el bien, pero sin perderse en ese estúpido buenísmo del “todos tienen derecho a dar su opinión”, esa falsa libertad de expresión donde se persigue la protesta justa y se permiten los discursos de odio. No se puede respeta la ideología que niega el derecho de otros a pensar o expresarse libremente o que se basa en el ataque a lo diferente. Necesitamos una sociedad que de forma general busque el bien de todos y no sólo el mío, el de los míos o el de unos pocos; una sociedad que deje atrás lo de atacar al débil para que los degenerados morales se sientan mejor, que deje de dar altavoz a los que basan su mensaje en el mal ajeno y por ende a los “neoliberales”, aquellos que tan sólo demuestran empatía con un presupuesto o con las palabras de un multimillonario con claros síntomas de psicopatía.
Es hora de que la Filosofía y la Historia retomen su importancia porque… porque estoy hasta los huevos de ver a gente sin principios repitiendo los errores que se suponían aprendidos, si es que no se hacen aposta como en la actualidad.
Y por favor, dudad de todo, dejad de seguir a pies juntillas lo que diga ese o esa influencer (muchas veces mal llamados periodistas), porque cuando la mentira es ley (hoy en día lo es), el pensamiento crítico es orden.

P.D.- No confundáis este escrito con un mensaje hippie, esto no es haz el amor y no la guerra, si no haz la guerra mediante el bien. Porque con ese discurso a favor del poderoso, del egoísta, del neoliberalismo gobernante de las sociedades capitalistas, no tratar de aplastar a los demás, el no todo vale para lograr lo mío y el ponerse en la piel del otro, son ideas tan revolucionarias que este sistema las teme. Eso sí, aquí hay que luchar y defenderse, nada de Chamberlain entre las guerras mundiales, aquí (por muy infantil que os suene) sabemos que hay ideas y personas malas y que hay que combatirlas. ¿Cómo? Con ironía como decía Anguita y como le dice Residente a su hijo Milo en la canción homónima: “hay que ser buena gente y agradecido”. ¿Por qué? Porque los que no ven más allá de sus narices y sólo se miran el ombligo, no suelen ser buena gente ni agradecidos; no porque no puedan, porque no quieren, si sólo te preocupas por ti mismo, el día que levantas la vista, tan sólo ves en los demás el reflejo de tus miedos y te vuelves incapaz de empatizar y entender las diferencias.
Comparto las ideas básicas que expones, revolucionarias, y transformadoras. 😞😘