El Contador ya ha entrado en la celda donde han recluido a Malik, tras descubrirse que los nuevos vecinos son sus antiguos compañeros. Pero vosotros, queridos lectores, todavía no tenéis acceso a los hechos que allí acontezcan. Por el contrario sí que conocéis como la Amazona se dirige rauda al interior del Núcleo en busca de quien más la calma, Clara, y se ponen al día, las dos tienen más novedades de las hubiesen deseado. Y para finalizar con los tres expedicionarios regresados vamos con Paco, quien al llegar no ha encontrado a nadie cercano con el que soltar la tensión sufrida en la Ciudad de Dios aunque ahora… ¿ahora? ¿ahora dónde está?… En serio ¿cómo se ha podido esconder de mí?…
Han pasado unos minutos y la Amazona, tras solventar sus miedos personales y conocer la nueva situación del padre de Omar, marcha por el asentamiento buscando a Paco. Unos no le han visto, otros sólo de pasada y los demás dirigen a la Amazona en una dirección clara, la cocina. Donde Carlos, el responsable, le cuenta que se han saludado al entrar pero que Paco le ha pedido que le trajese una venda de la enfermería, que estaba cansado y que mientras le hacía el favor, él aprovecharía para utilizar uno de los cubos de agua para limpiarse una quemadura. Pero al volver, Paco ya no estaba ahí y no sabe dónde puede haber ido. La Amazona le pregunta.
¿Crees qué se ha llevado algo? ¿Aquí o en la despensa?
Y Carlos responde que ni se lo ha planteado, aunque no tiene problema en echar un vistazo rápido en la despensa, ya que de la cocina no echa nada de menos. La Amazona le acompaña y en un par minutos descubren la desaparición de una botella de vino y otra de ron.
Pero… ¿dónde se ha metido Paco? Ni yo lo tengo claro, esperad… un segundo… ¿le oís rumiar?
El único en quien podía confiar me ha traicionado de la manera más rastrera. Ha tomado partido por una desconocida y ese grupo de fanáticos. ¡Son un peligro! ¡Una amenaza!
Sí, es él… ¿de dónde vienen esos pensamientos?… ¿no es aquel de ahí?…
Paco se ha alejado de las defensas perimetrales del Núcleo (por eso no le encontraba), ha traspasado el muro tranquilizador por alguna brecha que sólo él conoce y ahora reposa su cuerpo sobre un pequeño cúmulo de piedras que le permiten, hasta cierto punto, otear el horizonte. En el suelo, una botella de Rioja rota bajo sus pies que ha teñido la parte inferior de las rocas de un sangriento carmesí. En sus manos el recipiente cristalino del ron y en su boca, su chubasquero, su barbilla y en su organismo, el líquido pardo, dulce y alcohólico que creía necesitar desde el día siguiente en que el Contador le aconsejó que lo dejara. Sigamos sus reflexiones de nuevo.
Me engaño para que dejara de beberrrrgggh…
Un regoldo incómodo, doloroso y con masa, detiene sus pensamientos y por lo visto sus reflejos, porque cuando surgen de su interior esos resquicios de vómito y bilis, no se aparta. Le caen por la barba y por el torso, lo segundo no parece importarle, ni lo aprecia, y lo primero lo solventa con su propio brazo. Para quitarse el mal sabor de boca un buen trago del licor cubano, aunque éste esté destilado en Albacete, tras el cual su rencor vuelve a hacer acto de presencia.
Me obligó a dejar de beber, a enfrentarme a mis miedos sobrio, a ser valiente… y en el primer momento en que lo llevo a cabo, cuando siguiendo sus consejos le pongo riendas a mis temores, cuando de forma sencilla nos pongo en situación de solucionar el problema de Carmen y su ejército de químicos y locos… el Contador no sólo me abandona como también hizo la Amazona, si no que con sus santos cojones, va y la defiende, la protege, y no contento con eso, me agrede… ¿se puede ser más falso?
Dos minutos sin beber son muchos, Paco lo solventa rápido y continua su diatriba.
Ahora yo debería pagarles con la misma moneda, traicionarles, clavarles una daga envenenada hasta lo más profundo de su alma… debería irme a la Ciudad de Dios y contarles nuestros… no, no, no, ya no… contarles vuestros secretos, vuestras debilidades… unirme a esos fanáticos y olvidarme de todo.
El amargo dulzor del ron vuelve a recorrer su garganta.
Clara y la Amazona llevan un par de horas recorriendo las cercanías del Núcleo en busca de Paco, el resto, para no correr riesgos, lo están haciendo por el interior del asentamiento. Las dos tienen claro que no se van a alejar más de lo que ya han hecho y que si en este último tramo de su partida de búsqueda no lo encuentran, esperarán a que vuelva o a lo que venga, preparados. De repente, a cierta distancia, uno de los pocos rayos de sol existentes bajo la oscura tormenta se refleja en un charco rojizo y con el aspecto de alimento vampírico. Se extiende en la parte baja de un pequeño grupo de rocas y por supuesto, les llama la atención. Se acercan y escudriñan el lugar tratando de encontrar algún indicio de donde está Paco, ya que lo que está claro es que ahí se rompió la botella de vino que había robado. Pero no hay más rastro que hierba aplastada que, a pesar de parecer perfecta como prueba, en el transcurso del tiempo vivido ya en el Núcleo, la experiencia les ha enseñado a no darle excesiva importancia salvo que estén muy cerca del hogar o sean muchas marcas, eso es lo peligroso, en los demás casos por lo general sólo son químicos perdidos o animales salvajes. Aunque en contra de lo dicho, porque puede que la vida de un compañero esté en juego, tratan de seguir ese mínimo rastro de hierba chafada pero tras dos pasos, la lluvia se lo ha tragado todo. La única conclusión: algo pasó con Paco en esas rocas, o se cayó o se defendió de algo. La Amazona apuesta por la primera opción después de haber conocido de su alcoholismo en Ciudad de Dios y de su egoísmo por el robo y desaparición actual, el peor momento posible. Terminan la infructuosa ronda y deciden que, ante la inminencia de la noche, no les queda más remedio que regresar al Núcleo y confiar en que Paco vuelva por sí mismo.
Siempre que no nos traicione o que haya muerto…
Se les oye decir mientras entran de nuevo al asentamiento.
Como si dos placas tectónicas se hubieran tocado, su piel se resquebraja en cañones de músculo y carne desgarrada. Cual martirio de San Hipólito, sus miembros se estiran como plastilina por la fuerza con la que estiran, y como la plastilina, empiezan a romperse, a desprenderse. Reconoce cachos de sí mismo que se esparcen a modo de sobras a su alrededor, nota su alma dividida en cada uno de ellos, pareciesen los restos de un meteorito, tan grande antes de enfrentarse a la atmósfera, a la realidad. Sus ojos se elevan a un mundo superior tornándose blancos, el éxtasis de la muerte se ha apropiado de su mirada pero no de su oído que, oculto por la vegetación y a una distancia respetable del resto de Paco, alcanza a escuchar.
Siempre que no nos traicione o que haya muerto…
Entre gruñidos y atragantamientos químicos, su ser, que se desvanece a cada mordisco que recibe, consigue articular un pensamiento por última vez.
¿Serán de los que convierten o de los que sólo comen?… Convertidme, convertidme y dadme el mínimo instinto para ir a por el Contador y darle el castigo que merece…