Capítulo 13. La Historia de Malik y Omar (II). La Frontera


Fronteras cicatrizes by Daniel Lobo in FlickrPues eso, llegué a la frontera y la primera barrera, tras indicar al funcionario que quería salir de las zonas seguras y subir a la Península me abrió las puertas sin ningún problema, pero no sin antes dejar caer unos comentarios de reproche tras una de mis preguntas: “¿Cómo está la cosa, mucha gente quiere entrar?” “¡Ya he permitido tu paso así que si quieres morir con los blanquitos, vete ya! No molestes con obviedades o te lo deniego… qué si hay mucha gente dice…” y seguí hacía el siguiente paso.

Allí la cosa empezó a ponerse difícil, y no por cruzar la frontera, si no por las imágenes que se sucedieron frente a mí. Tres refugiados habían conseguido superar todas las barreras anteriores y ahora, mientras tres fusiles les apuntaban, otros tres militares les hacían un registro profundo sin ningún tipo de intimidad y ellos lloraban, dos hombres y una mujer, jóvenes los tres. En el mismo momento que yo llegaba y cruzaba la cuarta “frontera”, los refugiados eran enviados a una carpa médica en paños menores y una vez pasé al otro lado, a mi espalda escuché unos gritos en árabe que no entendí y otros de mujer que sí: “¡¡¡NO ES LO QUE CREÉIS!!! ¡¡¡ES MI MEDICI…!!!” La voz femenina se paró en seco tras el sonido fúnebre de un disparo.

Si con eso yo me asusté, no puedes imaginarte como se sintieron los refugiados que aliviados como estaban por haber llegado hasta ese punto, ya se sentían casi a salvo, de repente se daban cuenta de que habían puesto su bienestar en manos de unos militares con la paranoia a flor de piel y con órdenes muy precisas sobre lo que podían arriesgar. Y aunque alguno de ellos hizo ademán de quejarse, ninguno se atrevió siquiera a preguntar… yo hice y dejando atrás a esa docena de refugiados, también circundados por fusiles y pistolas apuntándoles, a la espera de un “futuro mejor”, crucé la tercera puerta. Al pasar al otro lado me sorprendió todo el espacio que había entre esta tercera barrera y la siguiente, calculé entre quinientos metros y un kilómetro, y aún así se estaba quedando pequeño para las jaulas que habían preparado por toda la explanada.

Eran unas estructuras metálicas unidas entre sí, con rejas de alambre de espino y carteles amarillos indicando que también estaban electrificadas. Mientras un voluntario, o eso parecía, me guiaba y me indicaba por donde debía ir para que, como el mismo dijo, “una de las ampliaciones de las jaulas no te corte el paso”. Seguí sus órdenes y comencé a andar hacia mi destino, y si ya de por si se me estaba haciendo eterno el camino, las imágenes que me acompañaban durante ese kilómetro, lo hacían más duro… no sé si debería contártelo, el Contador me dijo que además de prepararos para esta realidad y para mejorarla, también quiere que no perdáis vuestra inocencia del todo… supongo, que esto entrará en el aspecto de la preparación, por favor Omar, aprende de lo que te voy a contar…

Y Omar responde con la voz algo dormida pero con los ojos expectantes por conocer la vida de su padre:

Te lo prometo papá, pero sigue…

Vi a personas agolpadas como ganado en una estructura, que al principio no distinguí pero que conforme avanzaba, se iba formando en mi cabeza. Eran un conjunto de jaulas interconectadas y de diversos tamaños, como improvisadas. Dentro de cada una había un rebaño de blancos, su número dependía del espacio que hubiese pero había algo que todos los establos compartían: los ocupantes se apelotonaban en el centro de su jaula para no rozar siquiera el alambre de espino electrificado de las paredes. De vez en cuando uno de ellos se dormía o le flaqueaban las piernas y se caía sobre el resto empujándoles, lo que producía una serie de movimientos asustados y bruscos en los que cada uno defendía su espacio. A veces no pasaba nada y otras resultaba en un coro de gritos espasmódicos de dolor a causa de la corriente. Esas imágenes eran insoportables, así que cuando vi a un militar bajo la sombra de la siguiente capa de la frontera haciéndome señas para que fuera hasta él, me puse a correr como siempre había hecho para soportar el dolor. Pero tan sólo unos segundos después de comenzar, una voz metalizada proveniente de unos altavoces que cubrían todo el perímetro, me gritó que me parase inmediatamente si no quería ser disparado. Por supuesto me paré y levanté las manos sin que lo pidieran y volví a mirar al militar que me esperaba y que había cambiado la posición de sus manos, ahora aguantaban el subfusil que me apuntaba amenazante. Mientras volvía a andar me fijé en los edificios circundantes y comprendí porque no había visto a ningún otro responsable aparte de ese “voluntario” en este tercer espacio fronterizo. Todos estaban escondidos en los edificios y observando la situación desde una posición suficientemente lejana como para que la realidad que tenían enfrente pareciese menos real. Cuando llegué hasta la barrera de hormigón armado donde me esperaba mi siguiente guía, mi actitud frente a su actitud se había transformado pasando de empatizar con ellos, a considerarles unos cobardes absolutos. Pero instantes después yo dejé ese horror detrás metiéndome en los muros de hormigón tras el soldado-guía, mientras que ellos seguían ahí, aguantando delante de él…

Omar mira sorprendido a Malik y le pregunta inocente:

¿Cómo entrasteis en un muro de hormigón?… son muy duros…

Je,je.. Entramos porque las barreras de la frontera se componían de varios muros de hormigón armado que mantenían una estructura de habitaciones en su interior, de hecho era un laberinto de habitaciones con puertas metálicas reforzadas. Por ahí me llevó el militar sin dirigirme la palabra salvo para apresurarme con voz nerviosa mientras masticaba chicle y se mojaba los labios constante y concienzudamente.

Fue un camino regado por luz artificial ya que no vi ninguna ventana ni resquicio del sol que caía sobre la frontera. No sé cuánto tiempo anduvimos por ahí, ni a cuantos compañeros de mi guía nos cruzamos pero después de subir unas escaleras eternas, mi soldado-guía me dejó sólo frente a otra puerta y otra voz en off proveniente de un altavoz me preguntó: “¿Quién eres y cómo has llegado hasta aquí?” Le respondí contándole todo lo que te acabo de contar y que iba en busca de mi hijo, y volvió a preguntar: “¿Quién te ha dado permiso de paso?”. Le indiqué que el funcionario responsable y representante de su gobierno, me lo había dado. Le oí maldecir y llamar por radio y volver a maldecir.

Un soldado abrió la puerta y sin hacer más sonidos que unos gruñidos cansinos me agarró de la pechera y me metió dentro, cerrando la puerta después. Me dirigió a empentones hasta la salida mientras veía de nuevo la luz natural por unos grandes ventanales que iba dejando a mi izquierda y que gobernaban otro patio fronterizo mucho más pequeño que el anterior de las jaulas. Cada ventana tenía acoplado un fusil ametrallador y a su alrededor se erguían tres soldados en guardia constante. No pude ver nada más que el gris del hormigón hasta que me pararon de sopetón frente a otra puesta reforzada con unas increíbles medidas de seguridad, al menos eso pensé yo, ya que me tuvieron esperando diez minutos a que se abrieses. Fue entonces cuando aproveché para observar a través de la ventana, del fusil ametrallador y de los soldados, el patio interior.Vi cadáveres en el suelo ensangrentado de tierra y polvo, con impactos de bala por todo el cuerpo y comprobé que las dos últimas barreras fronterizas eran de una sola dirección, dirección África.

Después la puerta se abrió y me empujaron fuera, a las escaleras que había detrás, y volvieron a cerrarla. La voz en off volvió también y me guio por otro laberinto de habitaciones, abriéndome paso de manera remota hasta que llegué a la última puerta, gruesa y pesada cómo ninguna otra. “Vamos a abrir sólo un resquicio y tendrás quince segundos para pasar, si no lo haces o sigues en medio dará igual, la cerraremos después de quince segundos. Vete ya.”

Crucé la puerta con rapidez y como habían dicho, tras los segundos avisados, la cerraron y para mi sorpresa ese gran tonelaje metálico no hizo ruido alguno al golpear velozmente el marco. Aunque todo eso ya me daba igual porque había superado la primera barrera… cinco en realidad… para encontrarte y estar contigo. Ahora sólo me quedaba cruzar el estrecho y buscarte por la Península, tareas pequeñas estas que… ¿Estás dormido Omar?

Y Omar niega lentamente con la cabeza y con los ojos entornados y la cara recostada sobre el pecho de Malik, que le acoge con su brazo, y responde adormilado: “Nooo… sigue un poco más…” y con un hilo de voz continua: “… echaba de menos tu voz…”

Malik se conmueve por la tranquilidad y el cariño que le transmite esa frase y tras besarle la coronilla y sacarse las pocas lágrimas que se permite, continúa con su historia.

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