
Todos conocen esta realidad y la aceptan, no tienen otra, pero esto no impide que cuando la noche deshace las camas y arropa con sus sábanas de silencio, las sensaciones que se han mantenido ocultas tras las tareas cotidianas del Núcleo surjan efervescentes, como si cobraran vida por la luz de las estrellas. El Contador de Historias duerme profundamente, ha pasado por tantas cosas que salir por dos días no le afecta demasiado, aunque no se puede decir lo mismo del resto de compañeros de excursión.
Amazona, echada sobre su colchón, repasa los peligros a los que se van a enfrentar. Paco saca una petaca de algún licor que ha robado en la despensa y tras asegurarse de que ninguna otra de las almas que comparten el dormitorio con él se fija, bebe. Y Malik, que se ha llevado a Omar a una sala donde compartir su soledad, le termina de contar su historia… que al fin y al cabo en este punto es la historia de los dos, la historia de Omar y Malik… cómo, en medio del fin del mundo, un padre consiguió encontrar a su hijo… y para ello comienza por el principio, el final de la sociedad:
Y entonces, después de que tu madre me dijera que os ibais al pueblo a esconderos porque era imposible llegar siquiera a la frontera para cruzarla, y que por ello perderíamos la comunicación, fui a buscaros…
Malik habla y Omar escucha y pregunta:
¿Así qué fue culpa de mamá que tardaras tanto en encontrarnos? Si hubiese…
¡Ni mucho menos! Y que no se te ocurra volver a pensarlo… tu madre te quería tanto que dio su vida por ti y yo jamás podré compensárselo salvo que te mantenga vivo. Además fue en ese pueblo donde encontrasteis a este grupo del Núcleo con el que has sobrevivido al fin del mundo y de nuevo, todo gracias a tu madre.
Omar se siente mal por lo que acaba de decir, pero aun así no puede reprimir otra frase surgida de un sentimiento que no es capaz de identificar:
¡¿Pero mamá se fue?! Me abandonó con unos extraños que no conocía y no volvió más… mamá no estaba y tú no llegabas… estuve sólo mucho tiempo y mamá… y tú… mamá está muerta… ¡Mamá!
Y sin poder aguantarlo más, Omar rompe a llorar mientras Malik le arropa entre sus brazos y le susurra palabras de compresión en su lengua materna. Palabras que hacía demasiado tiempo que uno pronunciaba y que el otro no escuchaba, la conexión resentida por la separación resurge y con su hijo en brazos y bajo una manta que les cubre a los dos, Malik vuelve a hablar:
Omar, mamá te quería y tú la querías… ella te salvo en el fin del mundo y te consiguió un grupo seguro… eso lo entiendes, ya lo sé… pero aun así notas ese resquemor… no creas que eso que sientes es malo, es pena y rabia por su falta y sobre todo, necesidad de desahogo… tienes que soltarlo, eres mucho más fuerte que yo a tu edad y has sobrevivido gracias a esa valentía, pero no es bueno que te reprimas siempre… ahora estoy contigo, ahora puedes desahogarte, es sano…
Malik le acaricia el pelo y Omar suelta toda su frustración acumulada en forma de lágrimas sobre la camiseta de su padre, que le besa en la cabeza y le permite que continúe todo el tiempo que necesite. También él había perdido parte de su humanidad en su odisea paternal y estos momentos calmaban sus remordimientos. Padre e hijo se funden durante un instante como hacía años que no podían y Omar comienza la conversación de nuevo:
¿Y cómo pasaste la frontera? ¿No estaban cerradas por completo?
No estaban cerradas del todo cuando yo llegué, se lo conté hace poco al Contador, se equivocaron al no hacerlo, pero yo al menos me pude aprovechar de ello…
Conforme recorría África para llegar a la frontera de Marruecos con Europa, iba encontrándome más y más asentamientos de refugiados blancos como la nieve que habían logrado traspasar las fronteras cuando no se consideraba de manera unánime que todo el “primer mundo” se hubiese ido al garete.
Había desolación, hambruna y mucho miedo en esos campamentos, sobre todo porque la mayoría de esos caucásicos siempre habían vivido con unas comodidades que daban por hechas y que se comprobaron inútiles en el fin del mundo. Eso sí, nunca me negaron un lugar donde dormir y algo que comer, cosa que no podré agradecer lo suficiente ya que gracias a su altruismo sobreviví a mi peregrinación apocalíptica. Conocí a gente buena fuera de lugar que, tras contarles que tú, Omar, eras la razón de mi peligroso viaje, me pedían que encontrase también a sus seres queridos y claro, yo les decía que sí, que haría todo lo que estuviese en mi mano y ellos, por una noche, dormían tranquilos. Pero al igual que había gente buena desorientada, había blancos malos muy bien adaptados que aprovechándose de la codicia humana seguían sobre un status poderoso basado en el espíritu consumista, como el doctor Cameron de mi juventud. De ellos me he olvidado, aunque en algún momento les tuve que hacer favores de los que no me siento orgulloso y que te contaré en su momento… pero bueno, que me pierdo… tú me has preguntado por la frontera y sí, ahora está cerrada a cal y canto en las dos direcciones. Pero no era así cuando llegue a ella, si bien la presencia militar se había multiplicado por cien como mínimo.
La frontera como tal se componía de cinco capas con sus respectivos efectivos, torres defensivas, muros impenetrables de hormigón y vallas metálicas; y era por unas puertas individuales incrustadas en estas vallas y muros por donde se permitía el paso, para entrar o salir. Como me había imaginado, en la última capa defensiva sólo estaban los militares y algún funcionario administrativo haciendo el paripé, cómo si en esa situación importasen los estados, esos entes que bajo el poder de los Hombres habían provocado el desastre con sus innovaciones armamentísticas… pero no voy a quitarle al Contador la oportunidad de contaros la Historia mundial que tanto le gusta, yo te voy a contar Nuestra Historia…
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Nos alegra mucho!!!! 😉