Salió de casa ensimismado por una idea, pero tosiendo y con sus 30 y pico años a su espalda dejándose notar como hacía tiempo que no lo hacían. No era más que cansancio acumulado, aunque también sabía qué hace diez años no hubiera pasado, la tos también era diferente a la que hubiera podido tener hace diez años, ahora iba más cargada y era más continuada. Todos estos síntomas podían no tener nada que ver con la edad, a pesar de que él los relacionaba directamente. Tenía el cuello y los hombros doloridos, gruñían sus huesos cuando los movía como si se solapasen uno sobre otro, o varios sobre uno, o uno sobre varios, en todo caso lo preocupante era el crujido. Con todo esto debía lidiar el joven en su camino al trabajo, así que siguió andando hacia la parada del autobús con la idea cogiendo forma en su imaginación.
Él acostumbraba a escribir en sus largos viajes por el transporte urbano en busca de su sueldo. Acababa de terminar una historia que le gustaba pero que defendía un concepto que ahora, con el concepto de la edad emergiendo en sus pensamientos, no le convencía. Esa era la idea que le rondaba, escribir otro de sus relatos cortos que mostrase de otra manera el pasar del tiempo. Y aunque tenía clara la noción de lo que quería, no tenía tan claro como plasmarla. Llegó a la parada, observó el tiempo estimado para su llegada y después de estirar el cuello, volvió a recluirse en su inventiva buscando el cómo llevar a cabo el escrito que rumiaba su mente.
El autobús llegó con un poco de retraso pero llegó, y el protagonista, que a partir de este momento también podéis llamar Jon, se subió a él. Durante todo el trayecto tosió y estiró lo que pudo sus articulaciones y miró a su alrededor en busca de un algo inspirador. Podía ser una persona o un objeto o un reflejo o una mirada o una frase o todo junto o nada de lo anterior. Otras veces sólo necesitaba evadirse para que su mente formase una escena en su interior que le diese pies y alas a la vez, para comenzar a componer una historia, un instante como le gustaba llamarles, pero hoy ninguna solución estaba dando frutos.
Es por esto y por nada más, por lo que se decidió a transgredir sus costumbres y escribir sin guion previo ni visita de las musas ni inspiración divina. Pensó, si no me viene, haré que salga y comenzó un instante que decía así:
Subió al autobús con prisa y nervioso, llegaba tarde a clase, de hecho esa era la única razón por la cual nuestro protagonista cogería el autobús para ir a la universidad. Con esa edad, 20 y pico años, tenía energía para todo, para ir andando o corriendo o si hubiera una apuesta de por medio, a la pata coja. Una vez dentro del vehículo, y aunque en principio había muchos asientos vacíos, decidió quedarse de pie, como si mostrando su urgencia de esta manera el autobús fuese a ir más rápido.
La clase que le esperaba no era difícil aunque hubiese prácticas. Lo complejo era su profesor y lo tenso de su relación. Era la típica relación amor-odio pero no con una compañera, lo que anima mente y alma, sino con un profesor que, o le había cogido ojeriza o quería exigirle al máximo porque confiaba en él. Fuese lo que fuese, a nuestro protagonista, que a partir de ahora llamaremos Jon, no le gustaba nada. Es más, se podría decir que él ponía el odio a la relación. Y como de todo lo que no nos gusta podemos sacar algo bueno, al menos con esa presión nunca se olvidaba de preparar los ejercicios para la clase siguiente… vamos, los deberes. Deberes en la universidad, lo que hay que ver, pensaba Jon.
Con estas vicisitudes copando su mente, no se fijaba en la gente que ocupaba los demás lugares y asientos del autobús, que tras un par de paradas se parecía más a una lata de sardinas que a un servicio público. Y es que parece que los responsables de gestionar las líneas de la ciudad sean algo cortos de mente, al menos Jon era de esa opinión. De repente, una mano se apoyó en su hombro haciendo que se girase y encontrándose así, con la mirada de su mejor amigo de clase. Era un tipo serio, pulcro e inteligente y que guardaba mucho arte en su interior y que sin más, le comenzó a hablar. El protagonista se quitó los cascos que hasta este momento le habían mantenido ajeno al barullo que le rodeaba y respondió.
Perdona, con los cascos no te he oído.
Nada, nada… y se calló.
Jon decidió recuperar la conversación y hacer caso omiso de la timidez que le había asaltado a su compañero de clase y ahora, de viaje.
¿Qué tal?
Muy bien, pero con sueño.
Si es que no se puede poner una clase a las 15:30, y además con ese tío.
Amén a eso. ¿Has preparado los ejercicios para hoy?
Sí, que sino el tipo se te echa al cuello.
Ya te digo.
Los dos callaron durante un instante ante el paso de una preciosa muchacha que les dejó obnubilados. Tras ese momento conquistado por la belleza, continuaron la charla, y como antes, fue Jon quién la reanudó, quedando claro quién temía más al silencio.
¿Viste el correo que te mandé?
¿El de la historia o el de la música?
Los dos…
Claro. Al grupo ya lo conocía y no me imaginaba que tú los escuchases, de hecho te los iba a recomendar dentro de nada, que sacan nuevo disco.
Molan…molan… y sobre la historia… ¿te la has leído?
Sí.
¿Y qué te parece? No me hagas sufrir…
Me ha gustado, es una forma de escribir muy anglosajona.
La prefiero, es más directa.
Pero lo mejor para mí ha sido la idea, muy original.
Pues está basada en hechos reales.
¿En serio? Es muy rocambolesca.
Si, aunque ya sabes, hay licencias poéticas.
Entonces… ¿la has cambiado mucho?
No lo tengo muy claro…
Y empezó a contarle lo que en realidad pasó en un monólogo que amenizó la llegada a clase y que decía así:
Era un sábado cualquiera para mí, y con 16 años significaba ir al parque a beber y buscar chicas y probar todo lo nuevo que cayese en mis manos. Llegué donde habíamos quedado en bicicleta y me bajé a esperar, aún no había nadie. A los pocos minutos fueron arribando mis amigos… Después hicimos lo que muchos jóvenes hacían, hacen y harán, compramos alcohol. Cervezas, kalimotxo y lo más importante, whisky con Eroski Cola y nos fuimos a nuestro lugar predilecto. Éramos muchos para lo que acostumbrábamos, como siete personas contándome a mí.
Con la bebida que teníamos nos emborrachamos todos y quién trajo otro tipo de estupefacientes, los compartió. Así que acabamos con un peligroso cóctel en el cuerpo, no estoy orgulloso pero así fue. Además explica mucho de lo que después me ocurrió.
Cuando ya sólo quedaba cerveza, un grupo de chicas se puso cerca de nosotros a beber también y como grupo de adolescentes que éramos, nos tiramos sobre ellas, metafóricamente claro. Pero resultaron ser mucho menos sanas de lo que parecían en un principio y mientras jugábamos a ligar, nos reconocieron que llevaban tripis. Nos dijeron que tenían mucho y que les sobraban y, en el estado de euforia en el que nos había dejado el resto de mierda que ya teníamos dentro, les pagamos por unos pocos y nos los tomamos todos juntos, ellas y nosotros.
Cómo ves esto es el principio de la historia que te envíe, pero he obviado lo de las drogas duras. Ya sabes, las licencias poéticas… La cuestión está en que…
Una vez nos los tomamos empecé a perder el control de mi mente y de mis actos. De hecho, aparte de enrollarme con una de las chicas, el resto de recuerdos se perdieron o, mejor dicho, nunca se crearon. Lo único que mi mente me trae a la memoria es donde me desperté. Estaba en un portal con un tanga en la cabeza, que por el tamaño que tenía no sabía si era de un hombre o de una mujer robusta, sin camiseta y el nombre de la chica y lo que resultó ser su número de teléfono, apuntados en el brazo.
Este es el final de la historia que te mandé, el resto del relato que dejé fuera del escrito, lo saqué de la chica registrada en mi extremidad.
Esa misma tarde la llamé para ver si quería quedar y… sí que quería y vaya si quería, después de unas cuantas caricias, abrazos y besos, además de algún toqueteo, me contó lo que había hecho es esas horas en que mi persona había desaparecido: “Estuvimos muy bien al principio, tío. Nos reímos un montón entre las casetas del parque. Nos tomamos los tripis y jugamos un poco por el césped, luego tú y yo jugamos solos como hace un rato y después, todos juntos de nuevo, nos fuimos de marcha a los bares. Hasta ese momento todo fue genial, pero en el camino cambiaste. Algo te tocó el interior tío. He estado repasándolo esta mañana y creo que fue una abuela que pasó a nuestro lado. Te recordaría a alguien o a algo y el LSD, Jon, debió borbotear en tu cabeza, porque fue como si te retrotrajeras a tu infancia, como si tuvieses 10 o 12 años. Si quieres te lo enseño… te grabamos con mi cámara de fotos.”
En ese momento sacó la cámara de fotos… ya ves que hace tiempo de esto, ni móviles con cámara había… y me enseñó algunas fotos de la noche anterior.
“Bueno, pues eso… pasó la abuela a nuestro lado y te quedaste mirándola fijamente. Cuando se perdió de vista estuviste un rato callado y después… mejor lo ves. Espera que le dé al play.”
Y aparecí en la pantalla y mientras en la película me movía con esa torpeza característica de los años en los que se abandona la niñez, mi mente recuperaba lo que en realidad había vivido la noche anterior:
Soy un niño de 12 años y es navidad. Ya he estado en el pueblo y es 5 de enero y los reyes son los padres. Estoy en casa con mi hermana que me cuida, porque papá y mamá se han ido a comprar la cena. Estamos solos. Corro por casa y juego con el belén de la entrada, me gusta mucho con todo ese musgo tan verde. Busco a mi hermana. Mi hermana está viendo la televisión en el salón pero no me gusta lo que ve y me voy. Abro el armario del estudio, saco cosas que no sé qué son y veo un regalo cubierto con papel rojo. Los reyes son los padres. Lo cojo, pero pone Susana, es para mamá. Pienso un poco, los reyes son los padres y los regalos están en los armarios, voy abriendo más armarios en busca de regalos de reyes. Abro el de la entrada, el del cuarto de la abuela, el del cuarto de mi hermana y el de mis padres. No encuentro ningún regalo pero en el armario de papá y mamá hay una caja sin tapa con dibujos míos. Los cojo y los voy mirando, cada vez son más feos. Uno me llama la atención y me lo acerco y lo miro de cerca y me entran ganas de llorar y me pongo a llorar.
“Aquí dejamos de grabarte porque te pusiste a llorar y perdió la gracia.” Reconoció ella.
Esto fue todo lo que me dijo y me enseñó de esa noche, de ahí saqué la idea para la historia. El resto de la noche, lo del tanga y eso, realidad o imaginación, se ha perdido para siempre como lágrimas en la lluvia.
Vaya ida de pelota.
Las drogas no son buenas.
Oye ¿pero qué te hizo llorar? ¿Tan feo era el dibujo?
Ja, ja… no, es que me trajo un recuerdo aún más antiguo, de cuando lo dibujé.
¿Y se puede conocer?
Sin problemas. Era el dibujo de un hospital con mi abuela en una cama. Lo hice con 7 años mientras ella moría. Lo recordé en esa vuelta a la pre-adolescencia, me vi a los pies de su cama con mi mano agarrando con fuerza la de mi madre y la de mi padre, aferrada a la de la suya.
Pregunto.
¿Por qué no habla la abuela?
Porque ya no está con nosotros. Se ha ido.
Responde mamá.
¡Yo no quiero que se vaya!
Y mi madre me lleva consigo a abrazar a mi padre que llora callado.
¡Joder tío!
Tranquilo, es pasado y como pasado, es sólo un recuerdo y ya está aceptado.
Tras un rato callados, la conversación continuó por otros derroteros. Se rieron de algún profesor, pasaron más chicas y en muy poco tiempo llegaron a la puerta de clase tras haberse saltado una parada debido a la verborrea de Jon.
Nuestro protagonista levantó la vista del papel a tiempo para bajar el primero, aún le quedan varios minutos y un autobús más para llegar al trabajo pero la tarea está hecha. No quería salir pero lo ha sacado, alegre con el concepto y la forma, sólo le queda revisar la ortografía y releerlo para cambiar alguna palabra repetida, algún sujeto que sobra, comas de más y puntos de menos. Esta tarea siempre la guarda para un momento reposado y apartado del mundanal ruido, en algún rincón protegido, porque al hacerlo entra en una especie de trance y parece precisar de la vuelta a la tranquilidad de la cuna. A esa edad, la más sincera e indefensa pero a su vez la más segura, siempre atendido. Es en ese momento, en el que Jon reconoció la necesidad de revisar lo creado, cuando se percató de que por fin el instante está terminado, y aunque siguió con la edad a cuestas, ahora que ha repasado las edades de su vida, eso que tenía dentro se ha calmado.
Las articulaciones continúan crujiendo pero la tos ha remitido. Se puso música en los cascos, que a su vez puso en los oídos y subió al siguiente autobús que necesita para llegar al trabajo y se sentó en una esquina y cerró los ojos disfrutando de la música, esperando a que acontezca un nuevo cambio en su vida y transformarlo en otro instante.
Hasta entonces sólo le queda esperar, ya que la edad siempre llega si tienes suerte.
Y es a partir de este punto desde donde podéis continuar la historia, de la forma que queráis, no sólo en relación al argumento (olvidaros de la censura) si no en la forma. Aquí os dejo los métodos por los que podéis participar:
- Mandando la continuación de la historia al correo electrónico: seriejuegoelcontadordhistorias@gmail.com
- Escribiendo en los comentarios la continuación, que luego pasaré a las web.
Por supuesto la autoría está más que garantizada y el contenido de toda la página y sus contenidos están bajo una Licencia Creative Commons que protegerá vuestro trabajo. Además me comprometo a editar tan sólo de manera formal vuestros textos y a repasar sólo las faltas ortográficas, porque aquí lo divertido será crear entre todos una historia compartiendo nuestra imaginación. Pero bueno, siempre hay que empezar por el principio. Pero bueno, siempre hay que empezar por el principio.
No os cortéis en participar, ya sea con una sóla frase o con una parrafada, estamos abiertos a todas vuestras ideas 🙂