
Lo dicho, llegamos a lo que antes se conocía como Gipuzkoa y como a cinco horas del refugio nos encontramos una escena de la que sacamos muchos réditos por muy macabra que fuera. En un pequeña carretera comarcal había dos coches cruzados y a su alrededor se habían acumulado una sarta de cadáveres, como si alguien los hubiera cazado. Antes de que nos lanzáramos como locos a rapiñar todo lo que por ahí hubiese, Javier ideó un plan:
“A ver, Pepe tu conmigo, registraremos el bosque de los alrededores, parece que algún depravado ha utilizado esos coches como cebo… cuando el perímetro este asegurado lanzaremos una bengala. Malik, te quedas al cargo”
Pasaron unos minutos tensos y después se oyó un disparo, la señal surcó los cielo y corrimos con prudencia (oxímoron aparte) hacia los coches y mientras el resto revisaba los cuerpos, yo comprobaba los dos vehículos que sorprendentemente tenían las llaves puestas y que con más sorpresa aún si cabe, al girarlas pusieron a ronronear como gatitos a los dos motores y aunque nadie lo hizo literalmente, todos gritamos aleluya.
El antiguo mercenario y Pepe volvieron, nos contaron que habían encontrado a un yonqui de una extraña versión de la droga que jodió el mundo y que le dio misericordia y lo cierto era que ha ninguno nos importó, ellos dos estaban sanos y teníamos coches funcionales. O al menos eso parecía.
Una vez recogimos todo lo que podía ser útil, unos preparamos un campamento temporal en las cercanías, dentro del bosque, mientras que otros, con conocimientos mecánicos, se aseguraron del funcionamiento correcto de los coches y en la reunión celebrada durante la cena, nos dieron la gran noticia de que mañana no andaríamos, que los dos vehículos estaban bien y que, como si de un milagro se tratase, en los maleteros habían encontrado bidones con gasolina. Hay días que se alinean los astros… Recuerdo que esa noche, antes de dormir, pensé que al loco que se había apostado cerca de los coches para matar a todo aquel que se acercase, los astros le habían fallado y que la suerte es esquiva… así que nunca confíes todo a la suerte Omar, tú esfuérzate…
Al día siguiente condujimos hasta el cuarto refugio y para mi sorpresa esta vez sí que se trataba de un refugio de verdad, con su techo, sus puertas y ventanas, vamos, que Javier por fin nos llevó a una casa donde asentarnos, y menuda casa. Era un palacete que según me contó había perteneció a una noble a la que sirvió como jefe de seguridad, estaba al lado del mar y tenía una playa que llegó a ser privada y una gran muralla rodeando toda la finca para demostrarlo. Además de acceso al mar, también tenía unos jardines enormes, con espacio suficiente como para ser autosuficiente y por supuesto el palacete, que a pesar de estar abandonado, sucio y desvencijado, era un auténtico lujo para nosotros. Camas y colchones, coches y muralla de seguridad, tierra y mar… Omar, somos los nuevos ricos… Nos organizamos y después… Omar ¿estás despierto?…
Mmm… sí, papá… ¿y después?
Pues después hijo mío, te encontré y volví a ser el hombre más feliz de la tierra. Vámonos a la cama que se ha hecho muy tarde.
Malik recoge con mimo a su hijo que se le agarra como un koala y mientras le acaricia la espalda, marchan juntos hasta la cama. Primero acuesta a Omar, con dulzura, y luego se recuesta a su lado y le pone el brazo por encima con tanta suavidad que parece otra manta, pero de seda. Antes de perderse en el mundo de los sueños donde lo imposible se hace posible, su hijo, con esa sana e innata curiosidad de los niños, le pregunta entre bostezos.
Papá… cuando apareciste estabas solo… ¿Dónde están tus amigos?
Malik responde tranquilizador.
Ya los conocerás Omar, ya los conocerás… ahora a dormir.
Omar cierra los ojos feliz y se deja arropar por el abrazo de su padre, hoy no tendrá pesadillas.