
Pues como Javier, el antiguo mercenario había dicho, tras un par de horas llegó Mohamed desde la frontera. Hicieron el intercambio y yo conseguí una pequeña ametralladora, bastante munición, recursos médicos y comida… ese santo grial nos salvó la vida… La verdad es que me resultó muy extraño llevar por primera vez un arma, nunca las había usado y ahora no podría dormir sin una pistola bajo mi almohada…
Después del comercio desmontamos la tienda y nos fuimos a la lancha cargados de supervivencia en forma de balas. Mientras cruzábamos el estrecho vi otra escena que indicaba de nuevo cómo el mundo había dejado de ser lo que conocíamos: vi como explotaba un cayuco lleno de caucásicos por culpa de un lanzagranadas militar, cuyo proyectil provenía de la costa africana… no eran bolas de goma, pero mataban igual…
Por nuestra parte llegamos sin ningún problema a la península y comenzamos a buscar los refugios de mi nuevo compañero mientras me explicaba su plan:
“Son cinco refugios y por fortuna, al último que iremos está entre Teruel y Guadalajara. Tu hijo estaba por ahí ¿no?” Me dijo y continuó. “Pero este primero es el más importante y por ello el más difícil de encontrar sin GPS, básicamente ahí guardé todo lo absolutamente imprescindible para no morir…”
Resultó estar muy cerca de donde escondimos la barca y a pesar de ello estuvimos varias semanas buscándolo, y una vez lo encontramos, a mí me sorprendió lo que Javier comprendía por refugio ya que lo tuvimos que desenterrar. Bajo un árbol, muy llamativo en ese secarral en donde estábamos, había guardadas tres cajas militares repletas de suministros entre los que él mismo destacó el GPS completamente funcional que hizo del resto de búsquedas mucho más sencillas aunque no más rápidas, ya que sólo teníamos el coche de san Fernando, un rato a píe… También había un par de mochilas militares de muy alta capacidad que organizamos con el resto de recursos: armas y munición como para varios Rambos, bengalas y medios para encender fuego fácilmente, latas de comida y botellas de agua, así como desinfectante para limpiarla y no sé cuántas cosas más a las que en su momento no hice caso, pero que en el trascurso de nuestro viaje se mostraron más que útiles.
Nada más encontrar el primer “refugio” y tras una noche en la que aprovechamos una de las botellas de whisky en nosotros mismos, comenzamos la andadura hasta el segundo que resultó estar entre Extremadura y la caída de la meseta central. Muchas semanas pasamos cruzando el país antes conocido como España de este a oeste, en el camino encontramos algunos grupos de supervivientes, unos se unieron y otros no quisieron y para cuando desenterramos este “refugio”, ya éramos un grupo de cinco personas completamente equipadas.
En estos dos baúles militares, como si Javier lo hubiera planeado (algo que no descarto), había sobre todo comida, ropa para todos y para todos los climas, algo de munición y mochilas y tiendas de campaña como para que cada uno tuviera la suya.
Yendo al tercer «refugio» también tuvimos varios encuentros, unos buenos, malos otros. Pero como siempre que el antiguo mercenario te acompaña, de todos ellos sacamos algo positivo para el grupo, aunque es cierto que también tuvimos bajas personales… en este mundo nuestro te acostumbras… y terminamos entre León y Asturias desenterrando otros tres arcones militares pero esta vez entre ocho personas, ocho supervivientes que bajo las órdenes de Javier (por su experiencia militar) y mis incursiones para guiarnos… vale, con un poco de ayuda del GPS… llegamos a necesitarnos, y hasta cierto punto, a querernos como una familia.
Después de ese tercer “refugio» nos encontramos con un problema que muy pocos habitantes de hoy en día se han llegado a encontrar. Teníamos tantos recursos para tan pocas personas que se nos hacía difícil avanzar, por fortuna, de camino al cuarto, el siguiente, lo conseguimos solucionar.